Amanece en la sierra, el sol aparece detrás de la montaña de los Agüillos.
Con las primeras luces se produce un grandioso espectáculo de color que va derrotando poco a poco la oscuridad que ha dominado la larga noche invernal.
Aparecen las primeras siluetas de olivos, almendros y acebuches difuminadas entre la niebla mañanera.
Hoy le ha tocado al astro rey pelear con las bajas nubes que se han enseñoreado del curso del río Varas antes de entrar en Guadalmellato.
Desde lo alto de la Peña del Halcón se ve un río de blancas nubes, que poco a poco van subiendo por las laderas hasta perderse en el cielo.
Estamos en un territorio donde reina el olivo, convive en armonía con chaparros y quejigos y deja las orillas del río para los poderosos fresnos que logran sobrevivir cuando el río está en crecida.
Los fresnos de las orillas viran desde el compacto verde intenso abrileño, hasta el amarillo otoñal y nos enseñán sus desnudas ramas en el frío intenso en la invernada umbría de Los Agüillos, famosa por su rigor.
Las nubes a su paso por el olivar marcan un variado abanico de color en tonalidades claras y oscuras del verde plateado y se miran en el espejo de las quietas aguas cuando se remansan antes de llegar al Pantano del Guadalmellato.
Los buitres y las águilas perdiceras, desde la Peña del Halcón, observan la laboriosidad de los serranos, mimando los olivos que desde la orilla del río suben en rectilíneas hileras hasta lo alto de la montaña para asomarse al embalse del Guadalmellato.
También ven las ruinas de lo que un día fueron orgullosos edificios, la casa y el molino de Los Aguadillos, factoría de aceites, cuyos artilugios se encuentras viviendo una nueva vida en el Centro del Olivar de Sierra de Adamuz, mi agradecimiento a la desinteresada voluntad de Victoria y Rafael que lo hicieron posible.
La molinaza, piedra de molino, sigue formando parte de las derruidas construcciones aunque las más cercanas canteras se encuentran a larga distancia.
El Varas, tras un tramo de casi rectilíneo discurrir, forma una cerrada curva, que le da una singular belleza al paisaje y abraza un pequeño montículo donde coexisten acebuches y olivos.
Sus aguas cambian de color dependiendo de la época del año y el régimen de lluvias, pasando del verde esmeralda al ocre provocado por los arrastres, o al azul de los días con cielos despejados.
Esparragueras y acebuches intenta colonizar la inmensa mole de piedra de Peña del Halcón, quedando libres aquellas zonas en que la roca roza la compacta verticalidad. Rocas que en su día fueron refugio y abrigo de maquis, que defendieron hasta el último aliento aquella desfenestrada república con la que soñaron.
El monte mediterráneo, al menor atisbo de dejadez, se sigue empoderando del territorio, por lo que el serrano tiene que ser laborioso vigilante, para que los olivos sigan ocupando los reductos más fértiles de la sierra.
Atardecer en los olivares, el verdoso gris de las hojas se va tornando azulado. Pronto enmudecerá el zorzal y el silencio de la noche solo se verá matizado por el discurrir de las aguas del que fue denominado rio Cassas, cuando en el siglo XVI ya tenían el mismo nombre estos pagos.
Pagos que, por su belleza, por sus valores ambientales, por el esfuerzo con que se cuidan, bien merecerían ser Patrimonio Universal de la Humanidad, titulo para el que han sido propuestos.
Desde aquí mi homenaje a quienes a través de las generaciones, han sabido conformar y mantener un paisaje único de olivar en Adamuz.